Sin nada más que lo que llevaba puesto y el bolso, Ana embarcó en este barco en el que se encuentra, con dirección a Francia. Fue el primer medio que encontró para irse. Minutos antes de embarcar llamó a su madre que aún se encontraba cerca del hospital, para que supiese donde está.
Lleva horas deambulando por la cubierta del barco, pensando, recordando y llorando. Ya no le quedan lágrimas. Apenas le queda ya aliento.
No sabe a donde ir. Ni sabe que hará a partir de ahora. ¿Qué puedes hacer cuando no tienes ganas de nada?
En estos casos se suele decir que la vida sigue. Pero ¿qué ocurre cuando uno no quiere seguir?
Hay momentos en la vida de una persona en que se llega al final, o comienza otra vida. Pero eso es cuando se quiere empezar otra vida.
El dulce chapoteo del mar parece llamarla hacia la balaustrada de cubierta. Se asoma, mirando aquellas aguas.
Por dos veces ha tocado la felicidad y por dos veces se la han arrebatado. Se la han robado. Ella no se fue de España, se la llevaron.
El dulce balanceo del agua parece llamarla.
Ellos no rompieron desde la distancia, por e-mail. Su madre violó todas las reglas éticas y legales y les separó, con una maldad fría y calculada.
El ruido del agua, el hipnotizante color del mar y la espuma, le invita, le provoca.
Y, ahora, cuando ya le creía en sus brazos, Alberto no la ha dejado, no se ha ido. Ha muerto. Ni siquiera ha sido por enfermedad. Le han asesinado.
Ya es suficiente, piensa. No aguanta más. Y el mar es tan embriagador…
Mira a un lado y a otro. A esas horas la gente está comiendo o echando la siesta. No pasa nadie. Si se arrojase ahora al mar, nadie la vería.
Ha llegado el momento, está dispuesta. Flexiona sus piernas para tomar el impulso necesario que le permita saltar por encima del pasamanos.
- ¡Ana Cifuentes, Ana Cifuentes!
Por los altavoces del barco resuena su nombre. Se detiene y escucha.
- ¡Llamada muy urgente para Ana Cifuentes!
Acude al camarote donde está el despacho del capitán.
- Es muy urgente, señorita – habla el capitán -. Mandarán un helicóptero para recogerla. Se trata de su madre. Está en el hospital.
Así, Ana toma presurosa el helicóptero que la llevará junto a su madre.
Lleva horas deambulando por la cubierta del barco, pensando, recordando y llorando. Ya no le quedan lágrimas. Apenas le queda ya aliento.
No sabe a donde ir. Ni sabe que hará a partir de ahora. ¿Qué puedes hacer cuando no tienes ganas de nada?
En estos casos se suele decir que la vida sigue. Pero ¿qué ocurre cuando uno no quiere seguir?
Hay momentos en la vida de una persona en que se llega al final, o comienza otra vida. Pero eso es cuando se quiere empezar otra vida.
El dulce chapoteo del mar parece llamarla hacia la balaustrada de cubierta. Se asoma, mirando aquellas aguas.
Por dos veces ha tocado la felicidad y por dos veces se la han arrebatado. Se la han robado. Ella no se fue de España, se la llevaron.
El dulce balanceo del agua parece llamarla.
Ellos no rompieron desde la distancia, por e-mail. Su madre violó todas las reglas éticas y legales y les separó, con una maldad fría y calculada.
El ruido del agua, el hipnotizante color del mar y la espuma, le invita, le provoca.
Y, ahora, cuando ya le creía en sus brazos, Alberto no la ha dejado, no se ha ido. Ha muerto. Ni siquiera ha sido por enfermedad. Le han asesinado.
Ya es suficiente, piensa. No aguanta más. Y el mar es tan embriagador…
Mira a un lado y a otro. A esas horas la gente está comiendo o echando la siesta. No pasa nadie. Si se arrojase ahora al mar, nadie la vería.
Ha llegado el momento, está dispuesta. Flexiona sus piernas para tomar el impulso necesario que le permita saltar por encima del pasamanos.
- ¡Ana Cifuentes, Ana Cifuentes!
Por los altavoces del barco resuena su nombre. Se detiene y escucha.
- ¡Llamada muy urgente para Ana Cifuentes!
Acude al camarote donde está el despacho del capitán.
- Es muy urgente, señorita – habla el capitán -. Mandarán un helicóptero para recogerla. Se trata de su madre. Está en el hospital.
Así, Ana toma presurosa el helicóptero que la llevará junto a su madre.
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