martes, 12 de mayo de 2009

EPÍLOGO

El lujoso trasatlántico que navega por las aguas del océano Atlántico, va dejando tras de sí una estela de espuma blanca. En la cubierta está Ana.

Los cálidos rayos de sol del atardecer iluminan su rostro. Su sedoso cabello, es acariciado por la brisa del mar. Es curioso, pero hasta hoy no se había dado cuenta de lo precioso que es el atardecer en el mar.

El melodioso murmullo del agua al chocar contra el casco del barco son escuchados por primera vez, como algo extraordinario.

No ha perdido un ápice de su belleza. Al contrario. Ahora es una mujer radiante, que se viste con una coquetería que nunca había tenido.

Sus preciosos ojos verdes ya no están rojizos, vidriosos. Su mirada es limpia, viva. Y sus labios sonríen.

Apoyada a la barandilla de la cubierta, Ana suspira. Se siente feliz.

Unos brazos rodean su cintura desde atrás. Es Alberto, que acercándose le susurra al oído:

- Hola princesa. Te quiero.

Dándose la vuelta, Ana le rodea el cuello con sus brazos.

- Tenemos que entrar, princesa - Continuó hablando, Alberto -. Todos están ya en el comedor: Tu madre, mi padre, Mariona y Sara.

- Ahora vamos. Tan sólo dame unos minutos.

Acercando sus labios, ambos se fundieron en un amoroso beso, mientras el sol les obsequiaba, como futuro regalo de bodas, con sus últimos y más hermosos rayos de sol de la tarde.

Aunque de eso, ellos no se percataron.

FIN

No hay comentarios:

Publicar un comentario