sábado, 16 de mayo de 2009
jueves, 14 de mayo de 2009
martes, 12 de mayo de 2009
EPÍLOGO
El lujoso trasatlántico que navega por las aguas del océano Atlántico, va dejando tras de sí una estela de espuma blanca. En la cubierta está Ana.
Los cálidos rayos de sol del atardecer iluminan su rostro. Su sedoso cabello, es acariciado por la brisa del mar. Es curioso, pero hasta hoy no se había dado cuenta de lo precioso que es el atardecer en el mar.
El melodioso murmullo del agua al chocar contra el casco del barco son escuchados por primera vez, como algo extraordinario.
No ha perdido un ápice de su belleza. Al contrario. Ahora es una mujer radiante, que se viste con una coquetería que nunca había tenido.
Sus preciosos ojos verdes ya no están rojizos, vidriosos. Su mirada es limpia, viva. Y sus labios sonríen.
Apoyada a la barandilla de la cubierta, Ana suspira. Se siente feliz.
Unos brazos rodean su cintura desde atrás. Es Alberto, que acercándose le susurra al oído:
- Hola princesa. Te quiero.
Dándose la vuelta, Ana le rodea el cuello con sus brazos.
- Tenemos que entrar, princesa - Continuó hablando, Alberto -. Todos están ya en el comedor: Tu madre, mi padre, Mariona y Sara.
- Ahora vamos. Tan sólo dame unos minutos.
Acercando sus labios, ambos se fundieron en un amoroso beso, mientras el sol les obsequiaba, como futuro regalo de bodas, con sus últimos y más hermosos rayos de sol de la tarde.
Aunque de eso, ellos no se percataron.
FIN
Los cálidos rayos de sol del atardecer iluminan su rostro. Su sedoso cabello, es acariciado por la brisa del mar. Es curioso, pero hasta hoy no se había dado cuenta de lo precioso que es el atardecer en el mar.
El melodioso murmullo del agua al chocar contra el casco del barco son escuchados por primera vez, como algo extraordinario.
No ha perdido un ápice de su belleza. Al contrario. Ahora es una mujer radiante, que se viste con una coquetería que nunca había tenido.
Sus preciosos ojos verdes ya no están rojizos, vidriosos. Su mirada es limpia, viva. Y sus labios sonríen.
Apoyada a la barandilla de la cubierta, Ana suspira. Se siente feliz.
Unos brazos rodean su cintura desde atrás. Es Alberto, que acercándose le susurra al oído:
- Hola princesa. Te quiero.
Dándose la vuelta, Ana le rodea el cuello con sus brazos.
- Tenemos que entrar, princesa - Continuó hablando, Alberto -. Todos están ya en el comedor: Tu madre, mi padre, Mariona y Sara.
- Ahora vamos. Tan sólo dame unos minutos.
Acercando sus labios, ambos se fundieron en un amoroso beso, mientras el sol les obsequiaba, como futuro regalo de bodas, con sus últimos y más hermosos rayos de sol de la tarde.
Aunque de eso, ellos no se percataron.
FIN
CAPÍTULO 35
Ana llegó al hospital lo más pronto que pudo. Tan sólo una hora había pasado desde que abandonó el barco a bordo del helicóptero.
Es una de las ventajas que da el dinero. En otras circunstancias hubiese que esperado a desembarcar en el puerto de destino, para después poder subir al primer avión que saliese, para poder volver. Probablemente hubiese perdido uno o dos días en el proceso.
Pero tan sólo hace unas horas que salió corriendo del hospital cuando recibió la terrible noticia de la muerte de Alberto.
El mensaje que recibió en el barco era tan urgente que, por una vez se alegró del uso del dinero en beneficio propio.
No obstante, el trayecto le había parecido una eternidad. Y el corto trayecto desde el helipuerto hasta el edificio del hospital se le antojaba largísimo.
El ascensor tardaba, por lo que decidió subir los cuatro pisos por la escalera. No tenía paciencia bastante para esperar.
Al llegar a la planta, puede distinguir al padre de Alberto, a Mariona y, a su madre. Al llegar, todos se dirigen a saludarla, con lágrimas en los ojos. Pero es su madre la que le habla.
- ¡Hija, ha sido un milagro! Al poco rato de irte, su corazón volvió a latir.
Abrazada a su madre, no podía dar crédito. Los abrazos se iban sucediendo entre los presentes. La alegría, la esperanza que se respiraba era indescriptible.
En ese momento, una nueva persona hizo su aparición: Sara, que se lanzó a los brazos de su amiga.
- He venido en cuanto he podido. – Comentó -. No puedo creerlo. ¡Al principio me dijeron que había muerto!
Manuel, el padre de Alberto intervino en la conversación.
- En cuanto dio muestras de vida, los médicos han estado con él. De momento no sabemos nada, pero la esperanza es muy grande cuando ya lo dábamos por perdido.
En ese momento, apareció uno de los médicos. Esta vez su semblante era muy distinto al de antes. Sonreía.
- Sé que no es muy científico, pero puedo decir que ha sido un milagro. Su tremenda fuerza de voluntad, su ansia de vivir, yo creo que es lo que ha hecho que su corazón volviese a latir antes de que fuese irremediable.
- Pero ¿Se pondrá bien? Preguntó Manuel, casi con temor a la respuesta.
- Ahora mismo está fuera de peligro. Está consciente.
El médico les recomendó que fuesen pasando uno a uno, para no cansarle demasiado. Todos acordaron los turnos. Primero entró la madre de Ana, luego entraría Sara, Mariona, su padre, y al fin, todos estuvieron de acuerdo en que fuese Ana para que estuviese con él todo el tiempo que pudiese.
Manuel, entre tanto, se acercó a Ana, a la que abrazó con ternura.
- Siempre te ha amado, Ana. Lo vi en sus ojos la vez que te rescató del agua en las rocas. ¿Te acuerdas? Mientras te hacía la respiración pude ver en su rostro que te quería.
Por fin llegó el turno de Ana. Junto a su cama, controlándolo todo había una enfermera.
- Hola… princesa. Dijo Alberto débilmente.
Ana besó sus labios con todo el amor y toda la delicadeza de la que era capaz. Para después, cogerle de la mano. Apenas podía hablar, pero tampoco hacía mucha falta. El calor, el cariño, el amor que depositaba en cada gesto, en cada mirada o a través de su mano, lo decía todo.
- Al fin juntos, amor mío. Dijo al fin, Ana. Te quiero, te amo.
Fuera, en el pasillo, Mariona dialogaba con la madre de Ana, que lloraba desconsoladamente.
- Jamás me podré perdonar el daño que les he hecho, Mariona. En cambio él me ha perdonado.
Mariona siempre ha sido una persona muy clara, pero nunca ha sido cruel. Por lo que trató de aliviar su culpa.
- El dinero ciega a muchas personas. Yo supe que ese muchacho era estupendo en cuanto le conocí en el parque.
Un médico, acompañado por una enfermera se dirigía a la habitación. Era el momento que las visitas abandonaran el lugar por hoy.
Al entrar, encontraron a Ana cogiendo la mano a Alberto que dormía plácidamente.
Aquella noche, Ana la pasaría con Alberto. Sería la primera noche en su vida que pasarían toda una noche juntos.
domingo, 10 de mayo de 2009
CAPITULO 34
Sin nada más que lo que llevaba puesto y el bolso, Ana embarcó en este barco en el que se encuentra, con dirección a Francia. Fue el primer medio que encontró para irse. Minutos antes de embarcar llamó a su madre que aún se encontraba cerca del hospital, para que supiese donde está.
Lleva horas deambulando por la cubierta del barco, pensando, recordando y llorando. Ya no le quedan lágrimas. Apenas le queda ya aliento.
No sabe a donde ir. Ni sabe que hará a partir de ahora. ¿Qué puedes hacer cuando no tienes ganas de nada?
En estos casos se suele decir que la vida sigue. Pero ¿qué ocurre cuando uno no quiere seguir?
Hay momentos en la vida de una persona en que se llega al final, o comienza otra vida. Pero eso es cuando se quiere empezar otra vida.
El dulce chapoteo del mar parece llamarla hacia la balaustrada de cubierta. Se asoma, mirando aquellas aguas.
Por dos veces ha tocado la felicidad y por dos veces se la han arrebatado. Se la han robado. Ella no se fue de España, se la llevaron.
El dulce balanceo del agua parece llamarla.
Ellos no rompieron desde la distancia, por e-mail. Su madre violó todas las reglas éticas y legales y les separó, con una maldad fría y calculada.
El ruido del agua, el hipnotizante color del mar y la espuma, le invita, le provoca.
Y, ahora, cuando ya le creía en sus brazos, Alberto no la ha dejado, no se ha ido. Ha muerto. Ni siquiera ha sido por enfermedad. Le han asesinado.
Ya es suficiente, piensa. No aguanta más. Y el mar es tan embriagador…
Mira a un lado y a otro. A esas horas la gente está comiendo o echando la siesta. No pasa nadie. Si se arrojase ahora al mar, nadie la vería.
Ha llegado el momento, está dispuesta. Flexiona sus piernas para tomar el impulso necesario que le permita saltar por encima del pasamanos.
- ¡Ana Cifuentes, Ana Cifuentes!
Por los altavoces del barco resuena su nombre. Se detiene y escucha.
- ¡Llamada muy urgente para Ana Cifuentes!
Acude al camarote donde está el despacho del capitán.
- Es muy urgente, señorita – habla el capitán -. Mandarán un helicóptero para recogerla. Se trata de su madre. Está en el hospital.
Así, Ana toma presurosa el helicóptero que la llevará junto a su madre.
Lleva horas deambulando por la cubierta del barco, pensando, recordando y llorando. Ya no le quedan lágrimas. Apenas le queda ya aliento.
No sabe a donde ir. Ni sabe que hará a partir de ahora. ¿Qué puedes hacer cuando no tienes ganas de nada?
En estos casos se suele decir que la vida sigue. Pero ¿qué ocurre cuando uno no quiere seguir?
Hay momentos en la vida de una persona en que se llega al final, o comienza otra vida. Pero eso es cuando se quiere empezar otra vida.
El dulce chapoteo del mar parece llamarla hacia la balaustrada de cubierta. Se asoma, mirando aquellas aguas.
Por dos veces ha tocado la felicidad y por dos veces se la han arrebatado. Se la han robado. Ella no se fue de España, se la llevaron.
El dulce balanceo del agua parece llamarla.
Ellos no rompieron desde la distancia, por e-mail. Su madre violó todas las reglas éticas y legales y les separó, con una maldad fría y calculada.
El ruido del agua, el hipnotizante color del mar y la espuma, le invita, le provoca.
Y, ahora, cuando ya le creía en sus brazos, Alberto no la ha dejado, no se ha ido. Ha muerto. Ni siquiera ha sido por enfermedad. Le han asesinado.
Ya es suficiente, piensa. No aguanta más. Y el mar es tan embriagador…
Mira a un lado y a otro. A esas horas la gente está comiendo o echando la siesta. No pasa nadie. Si se arrojase ahora al mar, nadie la vería.
Ha llegado el momento, está dispuesta. Flexiona sus piernas para tomar el impulso necesario que le permita saltar por encima del pasamanos.
- ¡Ana Cifuentes, Ana Cifuentes!
Por los altavoces del barco resuena su nombre. Se detiene y escucha.
- ¡Llamada muy urgente para Ana Cifuentes!
Acude al camarote donde está el despacho del capitán.
- Es muy urgente, señorita – habla el capitán -. Mandarán un helicóptero para recogerla. Se trata de su madre. Está en el hospital.
Así, Ana toma presurosa el helicóptero que la llevará junto a su madre.
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