Aquél había sido un día agotador para Alberto. Se acercaba el verano y la gente acudía a los talleres a poner a punto sus coches, preparándolos para los viajes estivales.
Con el pelo aún mojado por la ducha, sale del cuartito que la empresa tiene para que los trabajadores se cambien. Entonces uno de sus compañeros se dirige a él.
- Alberto, hay una chica que ha preguntado por ti. Te está esperando en la puerta. ¡Vaya suerte tienes, colega!
Alberto se preguntaba quién sería. No había quedado con nadie. Tan sólo pudo distinguir una silueta femenina en la puerta. Pero se adivinaba una silueta interesante. Además debía llevar una falda corta, pues podía distinguir unas esbeltas piernas. Al salir, por fin pudo ver la cara. La sorpresa fue mayúscula.
- ¡Sara! Exclamó Alberto.
Podía entender perfectamente la exclamación de su compañero. Sara había ganado con el tiempo y se había convertido en una morena exuberante. Hacía años que no la veía y, aunque nunca le perdonó que se marchase sin despedirse, había pasado el tiempo suficiente como para no concederle importancia. Se alegraba mucho de verla.
Sara había hablado con su padre y éste le dijo dónde podía encontrarle. Le comentó que necesitaba hablar con él. Se dirigieron a una cafetería cercana y buscaron un rincón para conversar.
- Alberto, - empezó a hablar Sara -. Sé que ha pasado mucho tiempo, pero tenía la espina clavada durante mucho tiempo, pensando que me odiarías por haberme ido de esa manera. Y necesito explicártelo.
Sara estuvo un rato hablando. Explicándole a Alberto cómo se había enamorado de él y como decidió apartarse completamente para no interponerse entre Ana y él. Alberto escuchaba con atención y comprendía.
- Ahora ya ha pasado – prosiguió Sara – y por eso te lo puedo contar.
- Bueno, - contestó Alberto – me siento mejor porque lo hayas aclarado. Entonces espero que renovemos la amistad allá donde lo dejamos.
- Por supuesto. – dijo Sara sonriendo -. Pero si llego a saber que ibas a romper con Ana no me hubiese quitado de en medio. Estás saliendo con alguna chica ¿verdad?
- No – respondió Alberto -. No he salido con nadie. Fue Ana la que rompió conmigo porque había encontrado un chico.
- Espera – comentó Sara extrañada -. Ana me escribió y me dijo, en resumen, que te habías cansado de esperar y que habías encontrado a una chica.
- Insisto, Sara – Alberto empezaba a ponerse serio -. Fue justamente al revés.
Sara estaba desconcertada. Algo no iba bien. Ambos coincidían en el mismo mensaje y en que trataron inútilmente de escribirse sin obtener respuesta.
- Sara, ¿Tienes la dirección de Ana? ¿Un teléfono?
- Tengo su dirección postal, en Estados Unidos, pero no su e-mail. Hace mucho tiempo que no la escribo. Hemos ido perdiendo el contacto. De hecho, es como si me hubiese dejado al margen.
- Algo le ocurre – observó Alberto -. Tengo que hablar con ella, sea como sea.
Con el pelo aún mojado por la ducha, sale del cuartito que la empresa tiene para que los trabajadores se cambien. Entonces uno de sus compañeros se dirige a él.
- Alberto, hay una chica que ha preguntado por ti. Te está esperando en la puerta. ¡Vaya suerte tienes, colega!
Alberto se preguntaba quién sería. No había quedado con nadie. Tan sólo pudo distinguir una silueta femenina en la puerta. Pero se adivinaba una silueta interesante. Además debía llevar una falda corta, pues podía distinguir unas esbeltas piernas. Al salir, por fin pudo ver la cara. La sorpresa fue mayúscula.
- ¡Sara! Exclamó Alberto.
Podía entender perfectamente la exclamación de su compañero. Sara había ganado con el tiempo y se había convertido en una morena exuberante. Hacía años que no la veía y, aunque nunca le perdonó que se marchase sin despedirse, había pasado el tiempo suficiente como para no concederle importancia. Se alegraba mucho de verla.
Sara había hablado con su padre y éste le dijo dónde podía encontrarle. Le comentó que necesitaba hablar con él. Se dirigieron a una cafetería cercana y buscaron un rincón para conversar.
- Alberto, - empezó a hablar Sara -. Sé que ha pasado mucho tiempo, pero tenía la espina clavada durante mucho tiempo, pensando que me odiarías por haberme ido de esa manera. Y necesito explicártelo.
Sara estuvo un rato hablando. Explicándole a Alberto cómo se había enamorado de él y como decidió apartarse completamente para no interponerse entre Ana y él. Alberto escuchaba con atención y comprendía.
- Ahora ya ha pasado – prosiguió Sara – y por eso te lo puedo contar.
- Bueno, - contestó Alberto – me siento mejor porque lo hayas aclarado. Entonces espero que renovemos la amistad allá donde lo dejamos.
- Por supuesto. – dijo Sara sonriendo -. Pero si llego a saber que ibas a romper con Ana no me hubiese quitado de en medio. Estás saliendo con alguna chica ¿verdad?
- No – respondió Alberto -. No he salido con nadie. Fue Ana la que rompió conmigo porque había encontrado un chico.
- Espera – comentó Sara extrañada -. Ana me escribió y me dijo, en resumen, que te habías cansado de esperar y que habías encontrado a una chica.
- Insisto, Sara – Alberto empezaba a ponerse serio -. Fue justamente al revés.
Sara estaba desconcertada. Algo no iba bien. Ambos coincidían en el mismo mensaje y en que trataron inútilmente de escribirse sin obtener respuesta.
- Sara, ¿Tienes la dirección de Ana? ¿Un teléfono?
- Tengo su dirección postal, en Estados Unidos, pero no su e-mail. Hace mucho tiempo que no la escribo. Hemos ido perdiendo el contacto. De hecho, es como si me hubiese dejado al margen.
- Algo le ocurre – observó Alberto -. Tengo que hablar con ella, sea como sea.