lunes, 13 de abril de 2009

TIEMPO ATRÁS, CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 1

Aquella tarde el parque tenía mucha animación. Algo muy normal en estos días de primavera. La gente sale de su letargo invernal y le apetece sentarse un ratito al sol. Unos para leer u, otros, aprovechan para llevar allí a los niños y darles la merienda.

Mariona es una mujer adorable. Hace ya ocho años que trabaja para los Cifuentes. Justo los años que tiene Ana. La contrataron cuando nació la niña para que cuidase de ella y a eso se ha dedicado todo este tiempo.

Ana quiere mucho a Mariona. Es una mujer muy amable y cariñosa, pero que sabe muy bien hacerse respetar por los niños, a los que sabe enseñar a comportarse con respeto y educación. No en vano, Ha dedicado gran parte de su vida al cuidado de los niños, y la contrataron por sus años de experiencia y titulación.

A Mariona estas tardes en el parque le vienen estupendamente. Le encanta el sol y le vale para coger un poquito de color. Además aprovecha para charlar con algunas conocidas con las que se encuentra y de paso da de merendar a Ana.

No lejos de su vista, Ana juega alegremente. En su mano izquierda sostiene el bocadillo que a duras penas consigue terminarse mientras va de un lado a otro.

A su madre no le gusta que Ana juegue mucho en el parque. Normalmente llega con morados o rasguños y el uniforme del colegio acaba directamente en la lavadora.

Pero Mariona opina que los niños deben tomar el sol, ensuciarse y aprender a sobreponerse a un rasguño o a un pequeño golpe. Y, sobre todo, debe jugar con otros de su edad. Con lo que su madre, respetuosa con la indudable experiencia de Mariona, acepta a regañadientes esas tardes en el parque.

Ana ríe junto a un grupo de amiguitos. Algunos son amigos ocasionales que acaba de conocer. Pero hay uno que es fijo. Con el que siempre se encuentra y que se ha convertido en su mejor amigo.

Se llama Alberto. Es algo mayor que ella, pero más bajito. Pecoso. De ojos grandes y despiertos.

A Mariona le encanta este niño. Va a otro colegio. Uno público, como el que van sus propios hijos. Ana va a uno privado. Sus padres, gente acomodada, se lo pueden permitir.

De cuando en cuando, Ana y Alberto se acercan donde está sentada Mariona para darle una flor o algún bicho que han encontrado, para su pesar, pues le repugnan. O se acercan donde está sentado el padre de Alberto que, dejando momentáneamente el periódico, observa atentamente los “tesoros” que le van enseñando los niños.

Alberto, por lo que ella sabe, es huérfano de madre. Ella murió en un accidente y su padre, hombre honesto y trabajador, ha procurado darle todo el cariño del que un padre es capaz.

Poco a poco, la contagiosa alegría de Alberto y su generosidad, han cautivado a Mariona, que se siente muy satisfecha de que Ana tenga un amiguito tan bueno y tan majo.

Mariona encuentra muy atractivo al padre de Alberto y siempre se ha preguntado cómo un hombre como él no se ha vuelto a casar, después de tantos años viudo.

Pero, con el paso del tiempo, y las conversaciones que ha tenido con él, ha llegado a la conclusión de que ha estado tan dedicado a compaginar el trabajo con el cuidado de su hijo, que apenas ha tenido tiempo de nada más.

Además, un autónomo como él, debe dedicar tantas horas a su trabajo que le queda poco tiempo libre. Y más aun si desea dedicar esas pocas horas a su hijo.

Por otra parte, no debe haber olvidado a su mujer. Mariona, una mujer muy observadora, se ha dado cuenta de la tristeza que todavía siente cuando la recuerda.

De esta forma van pasando los días, las semanas. Poco a poco la amistad entre los dos niños crece hasta el punto que ambos cuentan las horas que faltan para volver a verse y jugar juntos.

Alberto, aficionado, como casi todos los chicos, a jugar a fútbol, suele dejar a medias el partido para encontrarse en el parque con Ana.

Al mismo tiempo, Mariona también siente que espera con impaciencia el encuentro en el parque con Manuel, el padre de Alberto. Pero trata desesperadamente de quitarse cualquier idea pecaminosa de la cabeza, pues ella es una mujer casada.

Aunque su matrimonio dista bastante de ser feliz. Hace mucho tiempo que su marido no le hace caso y pasa incontables horas en el despacho.

Cuando duerme en casa, que son contadas las noches, pues tiene muchos viajes de negocios, apenas le dedica a Mariona una caricia o mantiene con ella una conversación. Suele estar siempre muy cansado. Trabaja mucho.

Aquella tarde algo no marchaba bien, sin embargo. Ni Alberto ni su padre habían llegado al parque.

Ana jugaba en el columpio sin dejar de recorrer el parque con la mirada buscando a su amigo. Mientras, Mariona, inconscientemente hacia lo mismo. Se encontraba nerviosa. No quería reconocerlo, pero se sentía decepcionada.

“Es absurdo”, se decía a sí misma. “Qué tonta soy. ¿Por qué me preocupa tanto si viene o no?”

Y trataba, inútilmente de leer la novela que llevaba. Desde hacia tiempo cargaba estúpidamente con ese libro por todas partes sin apenas leerlo. Pero ahora, aburrida, decidió intentar retomar la historia donde la dejó.

- Buenas tardes.

La voz era del padre de Alberto. Mariona dio un pequeño respingo y casi se le cae el libro.

- Lamento haberte asustado –comentó Manuel- ¿Puedo sentarme?

- Claro, siéntate. Estaba tan absorta en la novela que no me di cuenta que habíais llegado.

Al levantar la vista pudo ver a Alberto y Ana jugando juntos.

- Creía que ya no ibais a venir. Dijo Mariona.

- Tenía un cliente al que atender y por eso nos hemos retrasado hoy.

- Pensé que a lo mejor Alberto estaría malo –le comentó Mariona- Me alegro de que esté bien. Ana le estaba echando de menos.

- Alberto no hacia más que preguntarme cuando nos íbamos. Tenía muchas ganas de encontrarse con la niña. Se han hecho muy amigos.

- Sí, se llevan muy bien juntos y se lo pasan estupendamente. Afirmó Mariona.

- Mariona –dijo Manuel-, quería pedirte un favor, si no estás muy ocupada.

- Claro, dime.

- Verás, es posible que haya alguna tarde que no pueda venir por mi trabajo y Alberto lo pasa muy bien con Ana.

- Es un chico – continuó- que puede quedarse solo un rato. Pero yo me quedaría más tranquilo si se que está contigo y con la niña.

- Entiendo –le interrumpió Mariona-, no te preocupes. Estaré encantada de que esté con nosotras. Te daré mi móvil, tú me llamas cuando no puedas venir y me avisas. Yo me quedo con ellos.

- Muchas gracias.

Por un momento, que pareció una eternidad, sus miradas se encontraron por primera vez. Un calor extraño invadió a Mariona. Una sensación que hacia tiempo no sentía. Y también notó en él una forma de mirarla que no había sentido en él antes.

Mientras, no lejos de allí, los niños reían alegremente entre carreras y juegos.

1 comentario:

  1. Me encanta la historia.
    Espero continues con ella. Sigo sus pasos.

    Espero tengan un feliz fín de semana

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