Ana deambulaba por el apartamento como un alma en pena. Su cabeza le daba vueltas. Se encontraba en un callejón sin salida. Viviendo en un infierno.
Debía tomar una determinación. Marcharse. Había un mundo a donde poder huir. Si al menos supiese el paradero de Alberto podría tratar de ir con él. Aunque con el paso del tiempo quizás ya se había olvidado de ella. Estaría con alguna otra mujer y tan solo le ocasionaría problemas.
Ricky andaba por casa. En su despacho hablando por teléfono. Probablemente absorbiendo alguna pobre empresa.
De repente el seco sonido de un portazo la sobresaltó.
- ¿Qué es esto? Entró preguntando Ricky con unos papeles en la mano.
Al principio no alcanzaba a comprender a qué se refería. Luego se dio cuenta: Era una información proporcionada por un abogado al que había acudido para formalizar la separación. Lo había estado haciendo a escondidas, pero descuidadamente se olvidó de esconderlo. El mundo se le vino encima.
- ¿Acaso pensabas divorciarte de mí? Preguntó Ricky agarrándola del brazo.
- ¿Quieres librarte de mí para poder irte con cualquier otro? ¡Tú eres mía!
La arrojó al suelo con violencia, para luego agarrarla de la blusa, rompiéndole un par de botones.
- Siempre me has gustado, Ana. Desde que estábamos en el Instituto y te ibas con el petimetre ese.
Sujetándola, la echó sobre un sofá, colocándose sobre ella. Ana trató de forcejear, pero entonces la golpeó con el puño. El labio empezó a sangrar.
Haciendo caso omiso de las súplicas de la muchacha, el hombre la despojó de la blusa, sujetándole con ella los brazos, y tras bajarle el sujetador, manosear sus pechos.
- ¡Te vas a enterar, zorra! Y diciendo esto la volvió a abofetear dos veces más.
Un enorme estruendo irrumpió de pronto. La puerta de la calle acababa de abrirse con violencia. Ana no podía creer lo que estaba viendo.
-¡Alberto! Exclamó Ana.
El joven se abalanzó sobre Ricky, agarrándolo y lanzándolo sobre una librería, haciendo caer buena parte de las finas figuras y libros que en ella había.
Ricky trató de incorporarse, tan solo para volver a ser abatido por el impacto del derechazo de Alberto. Un golpe en el estómago le dejó sin aire para, por fin caer inconsciente por un nuevo puñetazo de Alberto.
Ana estaba inmóvil, estupefacta. Sobre el sofá, medio desnuda, sangrando. No era capaz de reaccionar. No sabía si aquello le estaba ocurriendo de verdad o era una alucinación producida por los golpes.
Alberto se acercó a ella y la acarició con el amor y la ternura que le había estado guardando durante años. Al fin, Ana estalló en lágrimas, abrazando desesperadamente a su único y verdadero amor. El dolor de los golpes, la humillación. Nada le importaba ya. El sueño se había cumplido. Tenía a Alberto nuevamente entre sus brazos, después de tanto tiempo.
Recogieron lo más imprescindible y abandonaron a Ricky, tirado en el suelo del salón.
Debía tomar una determinación. Marcharse. Había un mundo a donde poder huir. Si al menos supiese el paradero de Alberto podría tratar de ir con él. Aunque con el paso del tiempo quizás ya se había olvidado de ella. Estaría con alguna otra mujer y tan solo le ocasionaría problemas.
Ricky andaba por casa. En su despacho hablando por teléfono. Probablemente absorbiendo alguna pobre empresa.
De repente el seco sonido de un portazo la sobresaltó.
- ¿Qué es esto? Entró preguntando Ricky con unos papeles en la mano.
Al principio no alcanzaba a comprender a qué se refería. Luego se dio cuenta: Era una información proporcionada por un abogado al que había acudido para formalizar la separación. Lo había estado haciendo a escondidas, pero descuidadamente se olvidó de esconderlo. El mundo se le vino encima.
- ¿Acaso pensabas divorciarte de mí? Preguntó Ricky agarrándola del brazo.
- ¿Quieres librarte de mí para poder irte con cualquier otro? ¡Tú eres mía!
La arrojó al suelo con violencia, para luego agarrarla de la blusa, rompiéndole un par de botones.
- Siempre me has gustado, Ana. Desde que estábamos en el Instituto y te ibas con el petimetre ese.
Sujetándola, la echó sobre un sofá, colocándose sobre ella. Ana trató de forcejear, pero entonces la golpeó con el puño. El labio empezó a sangrar.
Haciendo caso omiso de las súplicas de la muchacha, el hombre la despojó de la blusa, sujetándole con ella los brazos, y tras bajarle el sujetador, manosear sus pechos.
- ¡Te vas a enterar, zorra! Y diciendo esto la volvió a abofetear dos veces más.
Un enorme estruendo irrumpió de pronto. La puerta de la calle acababa de abrirse con violencia. Ana no podía creer lo que estaba viendo.
-¡Alberto! Exclamó Ana.
El joven se abalanzó sobre Ricky, agarrándolo y lanzándolo sobre una librería, haciendo caer buena parte de las finas figuras y libros que en ella había.
Ricky trató de incorporarse, tan solo para volver a ser abatido por el impacto del derechazo de Alberto. Un golpe en el estómago le dejó sin aire para, por fin caer inconsciente por un nuevo puñetazo de Alberto.
Ana estaba inmóvil, estupefacta. Sobre el sofá, medio desnuda, sangrando. No era capaz de reaccionar. No sabía si aquello le estaba ocurriendo de verdad o era una alucinación producida por los golpes.
Alberto se acercó a ella y la acarició con el amor y la ternura que le había estado guardando durante años. Al fin, Ana estalló en lágrimas, abrazando desesperadamente a su único y verdadero amor. El dolor de los golpes, la humillación. Nada le importaba ya. El sueño se había cumplido. Tenía a Alberto nuevamente entre sus brazos, después de tanto tiempo.
Recogieron lo más imprescindible y abandonaron a Ricky, tirado en el suelo del salón.
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