lunes, 27 de abril de 2009

CAPITULO 22

Ana estuvo llorando toda la noche. Desesperada, envió a Alberto decenas de mensajes que no han recibido respuesta alguna.

Esa mañana, bajo el pretexto de no encontrarse bien, se quedó en casa. No podía dar crédito a lo que le estaba pasando. Le parecía imposible que Alberto rompiese con ella, después de haberse amado tanto.

Alguien llamaba a la puerta de su habitación. Era su madre. Ésta abrió tímidamente la puerta.

- ¿Qué te pasa, cariño? ¿Qué te duele?

Ana estalló nuevamente en sollozos. Apenas podía hablar ni respirar. El dolor era tan grande que le era imposible disimularlo.

Su madre, viendo el sufrimiento de Ana, sintió flaquear sus fuerzas y, por un momento, estuvo a punto de arrepentirse de haber llevado a cabo su plan de introducirse en el correo de la pareja.

Pero estaba convencida de que era lo mejor para su hija y que con el tiempo lo entendería. Incluso creía haberle hecho un favor a Alberto. Ese joven no hubiese sido feliz en un ambiente que no era el suyo. Y no iba a permitir que su niña acabase con un lampista.

Por otro lado ya esperaba esta reacción, era natural, también lloraba de pequeña cuando le negaban un juguete, pero luego se le pasaba.

No. Hacía lo correcto. Ahora era tarea suya consolar a su hija.

- Cuéntame que te pasa, hija. Soy tu madre. Confía en mí.

Ana, entre sollozos, explica a su madre lo que decía el mensaje que había recibido. A lo que ella, como una gran actriz, ponía cara de sorpresa e indignación.

- ¡Ay, hija mía! ¡La verdad es que me dejas de piedra!

Su expresión era de auténtica estupefacción. Mientras Ana lloraba sobre su hombro.

- ¡Hombres! Está visto que todos son iguales, cielo. Ninguno es capaz de mantenerse fiel durante tanto tiempo y estando tan lejos. Aunque he de decir que no me esperaba esto de él. Confieso que al principio no me gustaba tu relación con ese muchacho pero, conociéndole, llegué a tenerle cariño. Parecía tan bueno y legal…

Prosiguió hablando, con un poder de convicción tan grande que, poco a poco, Ana se fue calmando.

- Sé que es difícil, pero debes entenderlo, cariño. Es ya un hombre. Es joven, inteligente y muy atractivo. Y a ti te tiene muy lejos, tanto en la distancia como en la clase social.

- La verdad – siguió -, me sorprende que te haya sido fiel tanto tiempo. Los hombres no son como nosotras. Son más instintivos y difícilmente se resisten teniendo una mujer delante. Por otro lado reconozco que, al menos, se ha portado como un caballero y te ha sido fiel hasta que no ha podido más. Y ha roto contigo antes de estar con la otra chica y hacerte más daño.

Ana la miraba atenta. Escuchaba cada una de sus palabras.

- Tienes que quedarte con el recuerdo de los maravillosos momentos que habéis vivido juntos. Eso nunca lo olvidaréis y seguro que él tampoco.

- Créeme, cielo. Tarde o temprano tenía que pasar. Yo también fui joven y sé por lo que estás pasando. Te dolerá durante tiempo. Pero llegará un día que lo recordarás como una etapa más en tu vida.

Parecía quedarse pensativa un momento y luego, como si le viniese una gran idea, le dijo a su hija:

- ¿Qué te parece si haces un descanso, de unos días, en tus estudios y hacemos un viaje? Ya verás que bien te sienta un cambio de aires.

Ana asintió, apesadumbrada.

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