domingo, 26 de abril de 2009

CAPITULO 19

La señora Cifuentes daba cortos paseos por la sala. Esperaba visita. Y ésta se retrasaba. Le indignaba la falta de puntualidad.

¿Qué le estaba pasando al mundo? De pronto todo aquello que a ella le habían enseñado que era malo, degradante o pecado, ahora estaba bien.

Como la amiga de su hija. ¡Una lesbiana! ¡Válgame Dios! Se enteró poco antes de venirse a Estados Unidos. Conocía a sus padres y eran gente decente. No entendía como les podía salir una hija así. Se estremecía pensando que pasaba horas con Ana en la habitación. ¡A saber lo que harían! ¡Qué vergüenza! En su propia casa.

Ahora ya no se tenían en cuanta las clases sociales. En los sitios selectos a donde iban, ya dejaban entrar a cualquiera.

Pero nada la indignaba más que su propia hija. Ella estaba convencida de que, cuando llevasen un tiempo separados, acabarían por cansarse y olvidarse el uno del otro. De esta manera, Ana se relacionaría con jóvenes de su clase. ¡Pero qué va!

El chico ese sigue atosigándola y ella se pasa los días como una monja enclaustrada, delante del ordenador. Tecleando como loca las teclas de este cacharro infernal, escribiéndose mutuamente.

¡Maldito Internet! Hace años, con el correo normal, hubiese podido coger las cartas pero ahora no.

Y para colmo tiene que disimular delante de Ana. Tragarse su indignación y hacer ver que no ve mal esa relación.

Aprendió que la mejor forma de romper esa pareja era ponerse de su parte para ganarse su confianza y, de esa manera, con paciencia, esperar el momento adecuado.

Pero su paciencia cada vez se agotaba más. Por lo que decidió hacer algo más activo. Si es que su visita se decidía a aparecer.

Al fin apareció, acompañada de la criada, la persona que esperaba.

Se trataba de un chico joven. Debía tener poco más de veinte años, pero, por la forma de vestir y la cara de niño, aparentaba aún menos edad. De los oídos colgaban unos cables que iban a parar al bolsillo de la camisa tejana. Probablemente se trataba de un mp3 de esos que llevan ahora todos. El muchacho se movía con soltura y se dirigía a ella con desparpajo.

Después de las presentaciones la señora empezó a hablar.

- Mi marido dice que trabajas en una de sus empresas. También me ha dicho que eres un genio con la informática.

- Bueno, - respondió el joven sin dejar de mascar el chicle -. Me manejo bastante bien.

- Te he hecho venir – prosiguió ella -, porque deseo pedirte un favor. Mi hija está siendo acosada por un indeseable que no deja de mandarle mensajes por correo electrónico.

- Sé que – prosiguió -, un tipo con conocimientos de informática como tú puede averiguar las contraseñas y meterse en esas cuentas.

- Pero señora, eso es ilegal. Si me pillaran…

- No te pido que entres en el correo del Presidente – comentó con sarcasmo -. Es tan sólo las cuentas de mi hija y la de ese tipo.

- Mi marido me comentó que estabas ahorrando para comprarte un coche ¿no es así? Yo te lo compraría gustosa a cambio de ese favor.

El chico empezó a pensar.

- Imagínate las chicas que caerían a tus pies con un lindo deportivo.

- Está bien señora – al final respondió el chico -. ¿Qué tengo que hacer?

- Tú haz lo que yo te diga y nadie se enterará.

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