jueves, 30 de abril de 2009

CAPÍTULO 25

El azar, o el destino, como algunos prefieren aceptar, es a veces tan caprichoso que, parece que en ocasiones juegue con el tiempo y el espacio, la vida o la muerte o la existencia misma. La casualidad hace a menudo que el planeta tierra sea un pequeño lugar donde miles de kilómetros son una distancia corta y los años un suspiro. Dando la sensación de que una invisible mano coloca algo en un determinado momento de la vida de una persona.

Esto ocurrió con Ana. Cuando se encontraba en Miami pasando unos días de relajación, acompañado de su madre.

Ya había pasado unos años, desde que Alberto había roto su corazón. Pero no podía quitárselo de la cabeza ni de su alma.

Se encontraba tomando el sol en la lujosa terraza del hotel cuando una figura masculina le cubrió con su sombra. Pensó que sería uno más de los que tratarían de entablar conversación con ella, sin éxito.

Ya estaba acostumbrada a que se le acercasen, pero a ninguno le daba la más mínima oportunidad. Lo que a su madre ponía frenética, pues veía como iba rechazando a todo hombre que se le acercaba.

- Hola, Ana.

Ana se incorporó un poco, poniendo su mano sobre la frente tratando de cubrir sus ojos del sol. Aquel hombre la había llamado por su nombre. Ahí, en Miami. Era Ricky.

- ¡Dios mío, Ricky! Exclamó sorprendida. ¿Qué haces tú por aquí?

- Bueno – respondió – Lo mismo que tú supongo, tomar el sol.

Ana realmente se alegraba de volverle a ver. Encontrarse al cabo de los años con alguien de la infancia le hizo sentir cómoda. Aunque Ricky nunca hubiese sido santo de su devoción.

Había cambiado. Ya no era el muchacho fanfarrón de antes. Se había convertido en un importante hombre de negocios y ahora su posición no le permitía perder el tiempo con tonterías. Aunque la fanfarronería la había cambiado por una enorme soberbia. Pero que, a juicio de Ana, era lo corriente entre la gente de dinero.

Los años que había pasado junto a Alberto, su padre, Mariona y en el barrio de ellos, habían hecho mella en ella. La educación recibida por Mariona, de niña, estaban dando sus frutos. Ella era tan rica o más que todos los que estaban allí, pero al pensar en los ricos siempre, inconscientemente, se excluía a sí misma. Por eso, para ella el dinero ha tenido siempre tan poco valor.

El resto de las vacaciones Ricky acompañó a las dos mujeres a todas partes. Algo que a su madre la tenía encantada. Por fin había conseguido lo que quería.

Ese era el tipo de hombre que se merecía Ana. Se encontraba satisfecha, pues Ricardo y Ana pasaban mucho tiempo juntos y era extraordinariamente amable y atento. Se sentía responsable de aquella conquista. Y se le borraron todos los remordimientos de causar la ruptura con el lampista.

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