Sara había cambiado mucho en estas semanas. Poco a poco, aquella chica desgarbada se había ido convirtiendo en una atractiva joven. Además se había soltado el pelo y vestía de forma más extremada. Su tendencia sexual había dejado de ser ya la comidilla del instituto, por la fuerza de la costumbre. Y ya liberada del secretismo, vivía su relación con total naturalidad.
Sus mejores amigos, sin duda, eran Ana y Alberto, con los que salían de vez en cuando.
Pero algo no iba bien. Alberto llevaba dos días sin aparecer por el instituto a buscar a Ana. La había llamado diciendo que tenía que ayudar a su padre y que no podía acudir. Pero había algo más. Ana estaba sumida en la tristeza. Al principio no quiso inmiscuirse, pero no podía ver a su amiga en ese estado. Por lo que se decidió a preguntarle qué le pasaba.
- Hace dos días que no veo a Alberto. Él me dice que tiene trabajo con su padre. Pero conozco a su padre y nunca le haría trabajar tanto. Siempre ha querido que estudie y además le encanta que esté conmigo. Le tengo mucho aprecio.
- ¿Habéis tenido alguna discusión? Preguntó Sara.
-¡Qué va! Todo iba como siempre. Y de repente… No se qué pensar.
Esa misma tarde, Sara fue en busca de Alberto, firmemente decidida a hablar con él. Por lo que empezó mirando en su casa.
Le sorprendió que al llamar a la puerta le abriese Alberto, puesto que si tenía tanto trabajo no debía estar en casa. Alberto estaba tan sorprendido de verla ahí que apenas pudo formular palabra.
-¿Qué haces aquí? – Interrogó Sara- ¡Se supone que estás trabajando! Ana está hecha polvo porque no te ve desde hace dos días. ¿Qué es, otra chica? No creí que fueses capaz de…
- Espera, Sara. – Interrumpió Alberto – No es eso.
Sara quedó un tanto aliviada al saber que no había otra chica por medio. Así que se sentó para escuchar a su amigo.
Alberto le explicó la conversación que había tenido con la madre de Ana y que la quería demasiado para dejar que perdiese el tiempo con un tipo como él. Que ella se merecía a alguien mejor.
- ¡Tú eres el mayor tonto que he conocido, tío! – exclamó Sara -. Ana y tú sois las mejores personas que he conocido. Eres un chico genial y no creo que haya nadie en el mundo que se quieran como vosotros dos.
¿Realmente crees que Ana te va a cambiar a ti por cualquier otro, por mucho dinero que tenga? Mírate. Estás hecho un asco, igual que Ana. ¡Como no vayas a buscarla ahora mismo, te mato!
- Gracias, Sara. Eres una gran amiga – contestó Alberto.
-¡Calla, tonto!
Sus mejores amigos, sin duda, eran Ana y Alberto, con los que salían de vez en cuando.
Pero algo no iba bien. Alberto llevaba dos días sin aparecer por el instituto a buscar a Ana. La había llamado diciendo que tenía que ayudar a su padre y que no podía acudir. Pero había algo más. Ana estaba sumida en la tristeza. Al principio no quiso inmiscuirse, pero no podía ver a su amiga en ese estado. Por lo que se decidió a preguntarle qué le pasaba.
- Hace dos días que no veo a Alberto. Él me dice que tiene trabajo con su padre. Pero conozco a su padre y nunca le haría trabajar tanto. Siempre ha querido que estudie y además le encanta que esté conmigo. Le tengo mucho aprecio.
- ¿Habéis tenido alguna discusión? Preguntó Sara.
-¡Qué va! Todo iba como siempre. Y de repente… No se qué pensar.
Esa misma tarde, Sara fue en busca de Alberto, firmemente decidida a hablar con él. Por lo que empezó mirando en su casa.
Le sorprendió que al llamar a la puerta le abriese Alberto, puesto que si tenía tanto trabajo no debía estar en casa. Alberto estaba tan sorprendido de verla ahí que apenas pudo formular palabra.
-¿Qué haces aquí? – Interrogó Sara- ¡Se supone que estás trabajando! Ana está hecha polvo porque no te ve desde hace dos días. ¿Qué es, otra chica? No creí que fueses capaz de…
- Espera, Sara. – Interrumpió Alberto – No es eso.
Sara quedó un tanto aliviada al saber que no había otra chica por medio. Así que se sentó para escuchar a su amigo.
Alberto le explicó la conversación que había tenido con la madre de Ana y que la quería demasiado para dejar que perdiese el tiempo con un tipo como él. Que ella se merecía a alguien mejor.
- ¡Tú eres el mayor tonto que he conocido, tío! – exclamó Sara -. Ana y tú sois las mejores personas que he conocido. Eres un chico genial y no creo que haya nadie en el mundo que se quieran como vosotros dos.
¿Realmente crees que Ana te va a cambiar a ti por cualquier otro, por mucho dinero que tenga? Mírate. Estás hecho un asco, igual que Ana. ¡Como no vayas a buscarla ahora mismo, te mato!
- Gracias, Sara. Eres una gran amiga – contestó Alberto.
-¡Calla, tonto!
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