lunes, 20 de abril de 2009

CAPÍTULO 7

Alberto se levantó como cada mañana. Se dirigió a la cocina para prepararse el desayuno. Al pasar por la habitación de su padre le llamó la atención oír ruido dentro. Normalmente a esas horas su padre ya habría salido hace rato. Así que abrió la puerta.

Al abrir, se encontró con una hermosa mujer en ropa interior que, instintivamente, trató desesperadamente de taparse como podía. Era Mariona.

Alberto, igualmente apurado, se disculpó como pudo y cerró la puerta.

En la cocina, Alberto daba buena cuenta de unos cereales, ya repuesto del azorado encuentro con Mariona en la habitación de su padre.

Sonreía mientras recordaba el incidente. Sabía que Mariona y su padre habían estado viéndose. Ya no trabajaba para los Cifuentes y, estando separada de su marido, nada les impedía encontrarse. Pero aquello daba la impresión de que había sido el paso definitivo. Quizá habían decidido vivir juntos. Lo que le agradaba. Alberto quería mucho a Mariona y le gustaba que su padre estuviese con ella.

- ¡Ejem! Buenos días. Dijo Mariona, tímidamente.

- ¡Hola! Perdón por lo de antes. No imaginaba que estarías dentro de la habitación. Contestó Alberto, animosamente.

- ¡Qué vergüenza! -Dijo Mariona mientras vertía el café en la taza y se sentaba junto a él-. A saber lo que habrás pensado de mí.

- ¡Qué tontería! No tengo nada que pensar. ¡Ya era hora de que os decidierais! Espero que te sientas a gusto aquí con nosotros.

Diciendo esto, Alberto se levantó y besó en la mejilla a Mariona al tiempo que cogía la mochila y salía de casa.

Mariona adoraba a aquél muchacho. Ya desde niño, cuando jugaba en el parque con Ana le tenía un cariño especial. Siempre tan alegre, tan animado.
Sabía que él y Ana eran novios. Y se daba perfecta cuenta del amor que había entre ellos. Se podía notar cuando estaban juntos.

Conocía a Ana tanto o más que su propia madre y veía lo enamorada que estaba de Alberto. La forma de mirarle, el modo agitado de respirar cuando él le cogía de la mano.

Pero algo le tenía preocupada. Había tratado a los padres de Ana mucho tiempo. En especial a su madre. Y sabía perfectamente que ella no estaba nada contenta con el novio que su hija había escogido. Seguramente prefería al hijo de algún reconocido abogado o un futuro ingeniero o un rico heredero. Alguien que tuviese su misma escala social.

Desde luego no le hacía ninguna gracia que su hija se conformase con el “hijo del lampista”, como ella lo llamaba.

Por el momento se mantenía al margen porque lo consideraba algo pasajero. Un primer amor adolescente que probablemente pasaría con el tiempo.

Pero Mariona sabía que no era así. Entre ellos había un amor puro, limpio y fuerte que se acrecentaría con el paso del tiempo. Temía por ellos, por que la madre se interpusiera entre ellos antes de que ellos fuesen lo suficientemente mayores como para decidir por ellos mismos.

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