Ana volvía esa tarde a casa, contenta como siempre. Había ido de compras con Sara. A la que había pedido que la acompañara para comprarle un regalo de cumpleaños a Alberto.
Luego quedaron con él y fueron a tomar algo. Lo habían pasado estupendamente.
Entró, saludando como siempre, encontrándose a sus padres brindando en la sala.
Le sorprendió ver a su padre tan pronto en casa. Normalmente solía venir mucho más tarde. Por lo que se alegró de tenerle en casa más pronto de lo habitual.
Sobre una pequeña mesita había una botella de champán, abierta, en el interior de una cubitera. Mientras sus padres bebían sus copas.
- Hola, ¿Qué estáis celebrando? Preguntó Ana.
- Una gran noticia, cariño. Contestó su madre, depositando su copa y abrazando a Ana.
- A tu padre – prosiguió -, le han ascendido. Le han ofrecido un puesto importantísimo en la sucursal de Nueva York. Nos vamos dentro de unos días.
Su madre estaba entusiasmada. Aquél ascenso en su escala social iba a ser la envidia de sus amistades. Estaba deseando contárselo a todas para ver sus caras.
Pero para Ana fue muy distinto. Sintió como si alguien le hubiese golpeado con algo muy pesado. Sin darse cuenta dejó caer las bolsas que tenía en la mano y se quedó callada e inmóvil.
- ¿Qué pasa, hija? Preguntó su padre.
- Yo no voy. Contestó rotundamente Ana.
- Pero, ¿De qué estas hablando? Preguntó su madre con una mueca de asombro.
- ¡He dicho que yo me quedo aquí!
- Es por ese chico ¿Verdad? Dijo su madre.
- ¿Qué chico? Preguntó su padre, totalmente perdido.
- ¡Un pobre infeliz del que se ha encaprichado como una tonta! Contestó su madre. Le conoce desde que era niño. ¡Ya sabía yo que acabaría por darnos problemas!
- ¡No hables así de él, mamá! Protestó Ana. Tú le conoces, papá. Ha venido muchas veces a buscarme.
- Ya lo recuerdo, contestó su padre. Es ese muchacho que te salvó de ahogarte, de niño. Parece buen chico.
- ¡Tú vendrás con nosotros, jovencita! Exclamó su madre. ¡Aun eres menor de edad! ¡Estaría bueno que perdiésemos esta oportunidad por un capricho adolescente!
- Te ruego que no hables así, querida. Interrumpió su padre. Están enamorados. Y a mí me pareció un chico muy educado. Conozco a su padre y le encuentro encantador. Además ahora vive con Mariona ¿Te acuerdas de ella?
- Escúchame, hija.
Cogiéndola cariñosamente por el hombro, su padre la apartó un poco de su madre y le habló con cariño y comprensión.
- Ana, yo sé que quieres a ese muchacho, y no tengo nada en contra. Pero las cosas han venido así. Muchas parejas tienen que distanciarse temporalmente. Pero eso no es ninguna barrera para dos enamorados.
Secando dulcemente las lágrimas del rostro de su hija, prosiguió:
- Desgraciadamente, no tenemos elección, Ana. Además, vivimos en el siglo XXI. Ahora los jóvenes tenéis Internet, teléfonos móviles. Hay aviones, etc. En mis tiempos no había nada de eso.
Consiguió extraer una pequeña sonrisa del rostro de Ana.
- Cuando terminéis vuestros estudios – siguió hablando -, nada os impide buscar vuestro futuro juntos, en España, Estados Unidos, o donde sea.
Luego quedaron con él y fueron a tomar algo. Lo habían pasado estupendamente.
Entró, saludando como siempre, encontrándose a sus padres brindando en la sala.
Le sorprendió ver a su padre tan pronto en casa. Normalmente solía venir mucho más tarde. Por lo que se alegró de tenerle en casa más pronto de lo habitual.
Sobre una pequeña mesita había una botella de champán, abierta, en el interior de una cubitera. Mientras sus padres bebían sus copas.
- Hola, ¿Qué estáis celebrando? Preguntó Ana.
- Una gran noticia, cariño. Contestó su madre, depositando su copa y abrazando a Ana.
- A tu padre – prosiguió -, le han ascendido. Le han ofrecido un puesto importantísimo en la sucursal de Nueva York. Nos vamos dentro de unos días.
Su madre estaba entusiasmada. Aquél ascenso en su escala social iba a ser la envidia de sus amistades. Estaba deseando contárselo a todas para ver sus caras.
Pero para Ana fue muy distinto. Sintió como si alguien le hubiese golpeado con algo muy pesado. Sin darse cuenta dejó caer las bolsas que tenía en la mano y se quedó callada e inmóvil.
- ¿Qué pasa, hija? Preguntó su padre.
- Yo no voy. Contestó rotundamente Ana.
- Pero, ¿De qué estas hablando? Preguntó su madre con una mueca de asombro.
- ¡He dicho que yo me quedo aquí!
- Es por ese chico ¿Verdad? Dijo su madre.
- ¿Qué chico? Preguntó su padre, totalmente perdido.
- ¡Un pobre infeliz del que se ha encaprichado como una tonta! Contestó su madre. Le conoce desde que era niño. ¡Ya sabía yo que acabaría por darnos problemas!
- ¡No hables así de él, mamá! Protestó Ana. Tú le conoces, papá. Ha venido muchas veces a buscarme.
- Ya lo recuerdo, contestó su padre. Es ese muchacho que te salvó de ahogarte, de niño. Parece buen chico.
- ¡Tú vendrás con nosotros, jovencita! Exclamó su madre. ¡Aun eres menor de edad! ¡Estaría bueno que perdiésemos esta oportunidad por un capricho adolescente!
- Te ruego que no hables así, querida. Interrumpió su padre. Están enamorados. Y a mí me pareció un chico muy educado. Conozco a su padre y le encuentro encantador. Además ahora vive con Mariona ¿Te acuerdas de ella?
- Escúchame, hija.
Cogiéndola cariñosamente por el hombro, su padre la apartó un poco de su madre y le habló con cariño y comprensión.
- Ana, yo sé que quieres a ese muchacho, y no tengo nada en contra. Pero las cosas han venido así. Muchas parejas tienen que distanciarse temporalmente. Pero eso no es ninguna barrera para dos enamorados.
Secando dulcemente las lágrimas del rostro de su hija, prosiguió:
- Desgraciadamente, no tenemos elección, Ana. Además, vivimos en el siglo XXI. Ahora los jóvenes tenéis Internet, teléfonos móviles. Hay aviones, etc. En mis tiempos no había nada de eso.
Consiguió extraer una pequeña sonrisa del rostro de Ana.
- Cuando terminéis vuestros estudios – siguió hablando -, nada os impide buscar vuestro futuro juntos, en España, Estados Unidos, o donde sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario